ECCE HOMO
Luis Fernández de la Vega, 1650
Santuario de Nuestra Señora del Carmen de Padres Carmelitas Descalzos
Real Cofradía del Santo Sepulcro
El escultor Luis Fernández de la Vega (1601-1675), se formó en el taller del maestro Gregorio Fernández, del cual es deudor en modelos. Con su vuelta a Asturias, trasladó a aquel ámbito geográfico y al obispado de Oviedo la estética de la escuela castellana del momento tras fijar su taller en Oviedo. Gran parte de su obra de la etapa asturiana se ha perdido por las guerras y desamortizaciones. Puede resultar singular que varias obras suyas se hayan conservado fuera de Asturias donde este escultor desarrolla toda su actividad y producción desde 1635. La vinculación con Medina del Campo ha de venir de mano del obispo de Oviedo entre 1642 y 1661, don Bernardo Caballero Paredes, natural de Medina del Campo. Dicho obispo costeó diferentes obras en la iglesia de las Agustinas Recoletas (actual templo carmelita), con la idea de enriquecer el templo, por haberlo elegido como su lugar de enterramiento.
Ello motiva que el obispo contrate en 1650 con el escultor, la ejecución de los retablos del crucero de la iglesia del convento de las Agustinas Recoletas de Medina del Campo, hoy de PP. Carmelitas. Entre las obras realizadas por Luis Fernández de la Vega que permanecieron in situ en el antiguo monasterio femenino agustino se encuentran los dos citados retablos del crucero (1650), la estatua funeraria de Catalina de Paredes (1653) y el Ecce Homo.
Martín González la atribuyó la autoría de este Ecce Homo al escultor asturiano Luis Fernández de la Vega, atribución mantenida por Jesús Urrea. Ramallo Asensio localizó el contrato de los retablos colaterales del templo, contratados en 1650, algo que reafirma la atribución de la autoría del Ecce Homo a Luis Fernández de la Vega.
Esta obra, destinada a la devoción conventual, pasa a ser un paso procesional en la Semana Santa de 1992. Como la talla del Ecce Homo se planteó como destinada al culto privado y para la meditación o contemplación directa del fiel, es decir para poderlo contemplar de un modo cercano, su trabajo resulta muy cuidado, de gran calidad, contando con finos detalles. Sin embargo, cumple perfectamente con su actual función procesional y viene a cubrir un hueco iconográfico del ciclo de Pasión entre los pasos de la villa.
Se presenta al Señor a modo de busto, hasta la cintura y con ambos brazos completos. Cristo gira levemente la cabeza hacia el hombro izquierdo y eleva su mirada. El cuerpo se ha tratado de modo suave y queda en su parte posterior oculto por el manto de pliegues profundos y acanalados que son característicos de este autor.
El tratamiento de los cabellos sigue el empleado por Gregorio Fernández y su escuela, manteniendo el oro en el peleteado de los cabellos, que resalta así los finos y largos mechones del mismo. Es decir, el cabello se ha dorado y sobre el oro se ha policromado, dejando líneas vistas que enriquecen la representación. Estos cabellos serpentean sobre la frente y caen por la espalda de manera ordenada dejando separadas las puntas. El mismo tratamiento se aplica al tallado de la barba con mechones largos, rematados en punta, individualizados y con cierta geometrización. La imagen de madera tallada se auxilia de varios postizos para ganar en veracidad, como los ojos de cristal, el cordón o cíngulo que ata sus manos y por el gesto de la mano derecha en ella se dispondría una caña a modo de cetro.
Precisamente el rostro de este Ecce Homo, es semejante al de otras obras suyas documentas como el Nazareno de Soto Aller o el Cristo de la Oración del Huerto de la Capilla de Maeza en la Colegiata de Salas, ambas en Asturias.
